M. Ángeles Alonso Pola - (Barcelona)
El 26 de noviembre mi madre, de 94 años, se cayó y se fracturó el fémur y el hombro. Creímos con toda inocencia que en el Hospital de Sant Pau nos atenderían enseguida, pero aunque debe ser operada de ambas fracturas, nos dijeron que eso no sería posible hasta el 9 o 10 de diciembre por falta de quirófano. Y tampoco había habitaciones libres. Al terrible dolor físico y psíquico de mi madre, se unió mi impotencia ante la situación. Constaté que en la misma sala (urgencias de traumatología) había quirófanos cerrados y camas vacías. A mi madre la dejaron donde, al cabo de tres días, seguía estando: en un pasillo. Atada para que no tirara de las sondas, rabiando de dolor o drogada por los calmantes, apenas comía, apenas hablaba, y cuando lo hacía decía cosas sin sentido, propias de una demencia que no padecía tres días antes. Y lo peor de todo: estaba sola. A mí no me permiten estar con ella más de dos horas al día, de pie, a su lado, en el pasillo. Ha necesitado tres transfusiones de sangre, pues sus heridas sangran internamente y le han causado una anemia. En su misma situación, esperando habitación y quirófano en el pasillo, hay decenas de enfermos sometidos al trajín de un lugar de paso de un hospital precioso y nuevo, pagado entre todos y perfectamente equipado. Los médicos y las enfermeras, que la atienden con la toda la humanidad de que son capaces, tampoco creen lo que ven. No dejo de pensar en las madres del señor Mas y del señor Ruiz. Señores: les pido, por favor, que abran los ojos, que escuchen el clamor de los enfermos y restablezcan los servicios que han eliminado. Su política de recortes mata a la gente. Se me parte el corazón ante una situación tan injusta y degradante. No me gustaría estar en la conciencia de los señores Mas y Ruiz.
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